Cada artículo contra los libros electrónicos o a favor de los libros impresos menciona en algún momento el olor del papel. ¿Eso es todo lo que tienen para decir? Hablar del olor, el tacto, el sonido o hasta el gusto del papel (ver “El nombre de la rosa”) y omitir el principal de los sentidos en el acto de lectura habla de la falta de argumentos de peso para convalidar el viejo formato por sobre el nuevo.
Entiéndase bien, yo -y supongo que también el resto de los Socios Fundadores de este club- no abjuramos del libro de papel y seguimos usándolo. Un buen equivalente sería la relación entre el cine y el video. Cuando apareció el video hogareño en los ’80, la lógica era similar: se hablaba del ritual de ir al cine, del silencio de la sala (todavía no se vendía pochoclo y no había celulares), aunque también, es justo decirlo, se daban argumentos más sólidos: el tamaño de la pantalla, el sonido, ver la película varios meses antes, etc. Eso no impidió que la gente se fuera de a poco comprando su reproductor de VHS y viera películas en televisores de 21 pulgadas con sonido mediocre y tres meses más tarde. Pero también podían repetir una escena, coleccionar sus films favoritos para verlos cuando quisieran y no cuando la distribuidora lo disponía, cortar una película y seguirla al día siguiente (¡horror!). Ese movimiento que escandaliza a los puristas, lejos de matar al cine (sigue vivito y coleando aunque compita con los home theaters y se haya mudado a los shoppings) alumbró más espectadores, más cinéfilos y más peliculas que antes. Ahora se podían ver películas en lugares donde antes el cine no podía o no le interesaba llegar, las escuelas incorporaban al cine como herramienta del aula y los chicos podían ver las mismas cosas que vieron sus padres cuando eran chicos.
El libro electrónico es al libro, lo que el video al cine, en el sentido de que es un soporte que reproduce contenido concebido para otro, pero que, lejor de canibalizarlo, lo potencia. Los ereaders están todavía en su infancia, son como el VHS, no como el Blu-ray, pero tampoco como los primitivos proyectores hogareños. Son como la web en 1996: no como la web actual, pero tampoco como los rudimentarios BBS.
Por eso, y aunque no necesitan defensores, desde el Club del eBook vamos a argumentar por qué todo amante de los libros debería, aparte, tener un ereader. Las razones están ordenadas del 1 al 101, pero eso no implica jerarquía. Acá va el primero.
Motivo #1 – Buscar palabras
Todos los artefactos para leer libros electrónicos tienen esta característica. ¿Queremos acceder al pasaje donde se citaba una frase que nos gustó? Buscar palabra. ¿Queremos contar cuántas veces y en qué lugares se nombra a determinado autor? Buscar palabra. ¿Necesitamos chequear la grafía de un apellido? Buscar palabra.
Tanto me acostumbré al Ctrl+F en la PC y a escribir una palabra y hacer click en Find en el Kindle, que en los libros en papel puedo desesperarme cuando intuitivamente quiero hacerlo y sé que no hay solución, que deberé buscar pacientemente página por página lo que estoy necesitando encontrar.
Si tengo que elegir entre el olor del papel y encontrar lo que busco, no lo dudo. Además, estoy seguro de que ya alguien va a escribir una “Oda al olor a Kindle”…