Hace algún tiempo comentábamos acá un gráfico antiquísimo sobre cómo se especulaba en el año 1935 que serían los lectores de libros electrónicos. Hoy me topé con una nueva especulación sobre el futuro, en este caso, de la escritura. En estos días en los que es todo tan automático, sorprende leer un texto del año 1982 que explica el incipiente proceso de digitalización de la escritura y transmisión de textos.
Es un extracto del artículo de Juan Cuesto llamado “El futuro de la escritura” para la revista española Triunfo. Aprovecho para avisarles que pueden disfrutar de la revista que ha sido digitalizada aunque solo en formato JPG por el momento.
Escribo estas líneas en una habitación atiborrada de libros y alfombrada por los periódicos del día y las revistas y minirevistas de la actualidad, con el televisor iluminado pero sin sonido, el video cargado con una vieja película de Hitchcock, el teléfono sin parar, mientras Radio-3 emite unos solos de piano de Chick Corea que el magnetófono incorporado al aparato está grabando automáticamente. Escribo esto con una antigua Lexicon 80, fuera de mercado, y a más de quinientos kilómetros de distancia de donde estas páginas se imprimirán y editarán. Cuando se me agote el rollo, sospecho que dentro de pocos minutos, llevaré los folios escritos a la cabina de télex de Gijón, donde por medio de un teclado los convertirán en una larga cinta perforada que después un funcionario de Correos introducirá en la correspondiente máquina transmisora y enviará instantáneamente a otra máquina similar situada en la redacción de Triunfo, que sin intervención humana volverá a traducir los impulsos eléctricos en lenguaje alfabético impreso sobre papel. Mañana por la mañana enviarán a la imprenta el artículo para que lo tecleenen en un video terminal alfanumérico con pantalla catódica, que lo registrará por procedimientos ópticos para luego enviar directamente esas nuevas señales electrónicas a un ordenador integrado a una impresora; máquina que otra vez relacionará los datos con la escritura y el papel -el que usted tiene en sus manos- por medio de una endiablada serie de operaciones informáticas y tipográficas.