El reality del Kindle roto (III)

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Keep calm and read a book

Ahora que no tenía más Kindle y que veía que la cosa iba para largo, tenía que encontrar cómo reemplazar mis lecturas.

La primera opción fue probar la versión software del Kindle: me instalé la app de Kindle para iOS en el iPad y el Kindle para Windows en la notebook.

No me fue bien. Las diez pulgadas del iPad me resultaban poco manipulables para la lectura extendida. Y el brillo de la pantalla me agotaba la vista. Igual, un poco leí.

Con la PC fue peor. Si leer en el iPad era ergonómicamente molesto, en la computadora las desventajas se agrandaban. Además, la versión para Windows no sincroniza los “Documentos Personales”, es decir, las lecturas mandadas desde el navegador con las extensiones SENDtoREADER y Send to Kindle y tampoco los libros “conseguidos” fuera de la tienda de Amazon. Es decir, el 98% del contenido de mi Kindle. Lo desinstalé en tiempo récord.

Días antes de irme de vacaciones, mi amiga Carolina Reymúndez me regaló su flamante primer libro, “El mejor trabajo del mundo”. En la primera página había una dedicatoria horrible, en la que la autora aseguraba que yo jamás leería las siguientes 206 páginas (al menos esa página creía que sí iba a leerla), y remataba con un ecuánime “igual te quiero”, que procuraba suavizar el resto.

Probablemente tenía razón, pero el Kindle roto me iba a permitir volver al papel y, sobre todo, desmentirla. El libro, que cuenta el backstage de ser periodista turístico, tiene un ventaja y una desventaja. La ventaja es que es adictivo, bello, divertido e informativo. La desventaja es que se acaba rápido. No esperen que les dure más de dos o tres días, sin una lectura muy intensiva.

El retorno al libro físico fue un modo de recordarme por qué quiero al Kindle. Reviví los 101 motivos para tener un lector de ebooks y sumé un par más:

1) Estoy envejeciendo. A mis 44 años ya no puedo leer sin lentes, la presbicia avanza. De lejos veo bien, por lo que en el día a día no uso anteojos. Con el Kindle puedo agrandar el tamaño de la tipografía a gusto, con el libro tradicional no me queda más remedio que cargar con los lentes adonde sea que vaya. Y, no sé si los cortos de vista con más experiencia que lean esto tienen una solución mejor, pero no encontré cómo llevar la funda que no sea en la mano. No uso bolsillos grandes, no cargo bolso y mucho menos riñonera. Cuando me olvidaba los anteojos, directamente no podía leer.

2) No sirve para los almuerzos. El Kindle suele ser mi compañía cada mediodía mientras como. Lo apoyo al lado del plato y me brinda entretenimiento durante una hora. Pero el libro 1.0 no ofrece “manos libres”. No se puede cortar la carne y leer a la vez, a menos que se hagan complejas maniobras apoyando un servilletero en un extremo del libro y un vaso en el otro, temiendo siempre el efecto catapulta. Aparte, a este artefacto hay que desmontarlo y volver a montarlo con cada cambio de página. Y todo sacándome los lentes para mirar al mozo y volviéndomelos a poner para continuar con la lectura.

Después de terminar el libro de Carol, volví a la tablet, pero no para leer, sino para definir qué ereader me convenía comprar. Cuanto antes.

(continuará)