“Este libro de papel tiene 149 años, salió ocho años antes de que Bartolomé Mitre fundara La Nación y cinco antes de que se patentara la máquina de escribir. Y, sin embargo, funciona a la perfección. ¡De hecho, tiene mejor calidad de imagen que una iPad o un Kindle! Ningún otro soporte de información puede igualar semejante durabilidad.”
Ariel Torres
“Con los libros podés hacer tantas cosas valiosas como regalarlos,
donarlos, prestarlos, recibirlos, cambiarlos, dedicarlos. ¡Los e-books
son tan poco sociales! Si se caen no se rompen, no se quedan sin
batería, no debo actualizar sus sistemas operativos ni debo cerrarlos
con el decolaje y el aterrizaje”
Guido Indij
Estas dos frases fueron pronunciadas el jueves pasado en una charla (¡una más!) sobre los e-books y el futuro del libro en papel. Ambos argumentos son parientes de este famoso video:
que hasta ya tiene una secuela:
Aclarando de entrada que soy fanático de los libros de papel tanto como de los electrónicos y que pienso, como también se dijo en el debate, que pueden convivir, estos argumentos bajo un manto simpático y nostálgico, me parecen bastante reaccionarios.
Es muy cómodo comparar a un soporte de varios siglos con uno que con generosidad supera la década de vida. Cada innovación exitosa tuvo sus detractores, que abogaban por mantener el orden establecido. De eso da fe el genial libro The Experts Speak (solo editado en papel ), un compilado de frases apocalípticas donde los expertos se apresuran a descartar novedades que terminaron triunfando. Los Beatles, la televisión, el sistema operativo Windows son algunos de las creaciones que recibieron en su momento un errado “no va a andar”.
Claro que el libro electrónico está en su infancia, claro que tiene todavía mucho camino por recorrer para ser un producto verdaderamente masivo. Y hasta es posible que termine fracasando (aunque las cifras de ventas de Amazon van mostrando lo contrario). Pero, para hablar mal del e-book, hacer una apología del libro en papel es acudir a la apelación fácil al sentido común.
Porque, ¿que pasaría si el escenario fuera el inverso? Hace poco, el blog de nuestro abonado J-Walk se planteó un ejercicio. Imaginemos que lo usual en nuestras sociedades es el libro electrónico. Y que, de golpe, en 2011, a alguien se le ocurre un nuevo invento: el libro físico. El ejercicio es bueno, porque despoja el objeto gutenberguiano de su aura y de su historia. ¿Que dirían los especialistas en en ese escenario imaginario al debatir el dilema “E-books o libros de papel”, de estar acostumbrados por décadas a usar sus Kindles? Probablemente cosas como las que se proponen en el post:
“Se imaginan encontrar un lugar dentro de la casa para almacenarlos a todos. ¡Es imposible tener tanto lugar!”
“¿O sea que para el diccionario hay que comprar un libro aparte?”
“Hacen falta dos manos para agarrarlos, ¿cómo podrías comer y leer a la vez?”
“¿O sea que cuando lo terminás de leer se lo podés vender a otra persona? A las editoriales no les va a gustar la idea”
“¿Cómo podrías adivinar cuántos libros imprimir? Hay que ser psíquico o algo…”
“Se ven tan… primitivos”
“¿Cómo hacés para saber hasta dónde leíste?”
“¿Usted me está diciendo que tengo que llevar a todos lados mi biblioteca completa? No, gracias.”
“¿Talan árboles para hacer estas cosas? ¿Por qué?”
“¿Tenés que irte hasta un negocio para comprarlos? ¿Y qué pasaría si lo quisieras leer ahora mismo?”
“No encuentro cómo copiar y pegar texto”
El post sigue con 35 comentarios más por los que el libro en papel, de aparecer ahora como novedoso, fracasaría.
De paso, ya me estoy imaginando una reescritura del “Farenheit 451″ de los ebooks donde, en lugar de quemarlos, se prohíbe la fabricación de baterías…