El ebook trae polémicas cuando hablamos de los dispositivos y cuando hablamos del libro como institución. Continuamente surgen sobre aquellos que gustan más de los libros papel, las tapas duras, el romántico candor de la tipografía impresa.
Personalmente, miro sin entender demasiado a esas personas. A los que nos gusta la literatura no nos interesa demasiado si viene en forma de libro, en forma de ebook o de papiro. En todo caso lo determinante será que la experiencia de lectura sea cómoda y placentera y si eso lo logra un dispositivo electrónico o uno de papel, da igual. Tampoco nos excita que un libro sea difícil de encontrar y que tengamos que pasar varios años siguiéndole el rastro hasta encontrarlo.
Imagen de Glenn Fleishman con licencia cc
Algunos todavía hoy no se detienen a pensar que el libro de papel también fue tecnología de punta alguna vez. La impresión y la encuadernación lo hicieron popular y perduró hasta hoy con cambios leves que sin embargo no alteraron su esencia. Papel, impreso, encuadernado.
Un señor llamado Erik Spiekerman en un artículo que se puede leer haciendo clic aquí, ingresa por esta arista a la relación entre ebooks y libros tradicionales de un modo que podría parecer obvio pero en el que pocas veces nos detenemos a pensar. ¿Son libros los ebook?
Dice Spiekerman que cuando una tecnología está madura, cuesta un tiempo adaptarse al cambio para que una nueva se establezca, en el mientras tanto transitamos un territorio difuso. Es un poco lo que pasa con los ebooks. Él se detiene en el iPad porque es el ejemplo más evidente. ¿Notaron que los libros en iPad se muestran con unas páginas amarillentas? ¿Notaron que para pasar de página tenemos que usar el dedo con un efecto similar al que haríamos en el libro de papel? ¿Notaron, además, que ese pase de página tiene un efecto sonoro que emula al sonido del libro papel? Ni hablemos de la “biblioteca de madera” donde su ubican los títulos que estamos leyendo. ¿Qué está pasando ahí?
Él dice que hay un uso metafórico ahí que nos permite superar una especie de kitsch digital. Y tiene sentido si pensamos que el nombre libro se refiere a un soporte, a un objeto que contiene otras cosas: literatura, ensayos, directorios telefónicos, estadísticas y así.
Por ahora nos sirve pensar que esas hermosas aplicaciones para el iPad que tanto disfrutan los chicos son “libros” o que los libros que se compran como “libros” en las tiendas de ebooks, también lo son. Dispositivos de lectura exclusivamente, como Kindle, quizás estén un paso adelante, ya que nos muestran texto, corrido, líquido, que se adapta a la pantalla y no depende de ningún efecto. El botón para avanzar simplemente actualiza el texto; aunque, siempre hay un pero.
En una de las últimas actualizaciones del firmware de este último dispositivo se hizo evidente el territorio difuso que transitamos. Amazon se vio obligada a incluir en sus ebooks los números de página que hacen referencia a la edición papel por el simple hecho de que no era posible hacer citas en, por ejemplo, estudios académicos. Cuando se hacía necesario especificar la ubicación de un párrafo no se podía poner “sector 3456”, por los menos al día de hoy, es inviable.
Y así avanzamos, con pasos tímidos, hacia un nuevo paradigma.