¿Qué mejor lugar para usar un Nook, Kindle o cualquier e-reader que la fila de un banco? Casi que es ideal para el morral del cadete, el portafolios del ejecutivo y la cartera de la dama. Bueno, a no entusiasmarse, porque todavía parece que no estamos listos.
Lo que hace algún tiempo comenté como una nota graciosa (un señor al que no le permitían leer con un Kindle en un bar) se me hizo realidad. Estaba en la fila del banco, muy canchero con mi Kindle en mano. Desde lejos no queda en evidencia porque el estuche lo hace parecer una agenda, pero el banco, obviamente, está tapizado de cámaras. Los guardias iban y venían y me di cuenta cuando empezaron a relojearme. Pasó poco tiempo hasta que uno de ellos se acercó hasta mi para pedirme que cierre “el aparato”. Abrí el estuche de par en par mientras le decía “es un libro”, pero me respondió que le demandaban desde el control que yo apague el aparato porque podía estar pasando información.
Mi cara de odio no se hizo esperar, pero me limité a apagar el aparato mientras una chica, dos personas adelante, debía disfrutar su libro en papel. Ella pudo seguir leyendo hasta que se cumplió su turno. Si bien es cierto que yo estaba leyendo el libro, también es cierto que podría haberlo usado para fines maliciosos. Mi modelo no, pero muchos tienen 3G, tranquilamente podría enviar mails marcando a la gente que hace extracciones o cosas por el estilo. Tengo que pensar que el pedido del guardia fue sensato. No obstante, cuando terminé mi trámite, vino a darme excusas y pedirme disculpas por censurar mi lectura. Me dijo que era su trabajo. Más relajado, le respondí con una sonrisa, que no había problema.